Él, sangre de mi sangre, es de hielo. Los sentimientos no atraviesan ese frío y mueren en su interior. Lleva una coraza que le hace inmune al sufrimiento. Tan sólo un alma supo traspasar esa barrera y tocar su corazón. Conoce así la felicidad, y el dolor lo olvida, lo difumina, lo hace desaparecer, lo congela y lo rompe en mil pedazos.
Yo, sangre de su sangre, soy de fuego. Impetuosa y salvaje la alegría y el dolor avivan mi llama y y sé reir y llorar. Pero el sufrimiento me quema por dentro, convirtiendo mi corazón en cenizas una y otra vez. Intento sin resultado acabar con esa chispa que me hace sentir, pues temo que quizás algún día este fuego me consuma.
Quisiera ser de hielo y que un alma de fuego me tocara. Quisiera no sentir este fuego que quema y que me quema. Alejar el dolor tal vez a costa de la alegría, y ser fría como la muerte.
Hielo y Fuego, polos opuestos que unidos acabarán con el dolor.
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