A la edad de 17 años, como fecha límite, se obliga a los jóvenes a decidir qué es lo que van a ser en la vida, qué rumbo han de tomar.
Se obliga a los niños a pensar en una vida de adultos que ni siquiera tienen consciencia de que exista. Se nos obliga a elegir un futuro en un momento en el que no pensamos en el futuro.
Cuando por fin abrimos los ojos ya estamos encaminados en una sola dirección. Y sólo los valientes renunciarán a sus vidas por convicciones que aparecen demasiado tarde.
Nadie se toma la molestia de concienciar a la juventud. De hacer ver a los niños perdidos que un día se convertirán en piratas.
Y así acabamos todos, niños o piratas: perdidos.
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